Las mujeres solemos ir acompañadas, también somos cuidadoras y nutridoras de familia, debido a los roles de género. Lo anterior suele desatar las dificultades y necesidades específicas como, banquetas amplias para acompañar a alguien que necesite ayuda, sin obstáculos ni rupturas o cambios de nivel que impiden el paso de carreolas o carritos de compra, sin mencionar la iluminación de las calles.
Cuando lo anterior no se ve satisfecho, las mujeres solemos cambiar de ruta aunque eso implique un trayecto mucho más largo si eso garantiza más que nada nuestra seguridad. Lo que nos lleva al siguiente punto.
La violencia que se vive o se percibe como amenaza en el espacio público, ejerce un efecto de restricción para el acceso al mismo, y para el uso y apropiación de la ciudad por parte de la ciudadanía y en especial de las mujeres, constituyendo uno de los obstáculos más importantes para su desplazamiento y por lo tanto su autonomía (Fustillos, 2018).
Lo anterior se resume en que sin importar el modo de transporte que las mujeres utilicen, sus rutas siempre estarán sujetas a cambios repentinos derivados de nuestra percepción de la seguridad.
Estas características son solo algunas de las muchas que existen y que siempre será importante considerarlas en las políticas públicas y en el ordenamiento de los sistemas de transporte público.
Autora: Gloria Morales. Licenciada en Arquitectura por la Universidad Autónoma de Sinaloa. MC. en Arquitectura y Urbanismo por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Profesora e investigadora en temas urbanos.