Henri Lefebvre, fue un filósofo y sociólogo francés, que desarrolló una teoría crítica sobre la producción del espacio público, argumentando que el espacio no es un elemento neutro ni fijo, sino un producto social que refleja las dinámicas de poder, economía y cultura. Según Lefebvre, el espacio se configura a través de tres formas y dimensiones interrelacionadas: el espacio percibido, el espacio concebido y el espacio vivido. Comprender estas dimensiones es fundamental para diseñar entornos urbanos más inclusivos y democráticos. Por eso, es que el día de hoy queremos compartir esta perspectiva.
El espacio percibido hace referencia al entorno físico y material tal como es experimentado por los sentidos. Está compuesto por elementos que son tangibles como edificios, calles, parques y plazas, y es el ámbito donde ocurren las actividades cotidianas. Este tipo de espacio se produce y organiza principalmente para satisfacer necesidades funcionales, como el transporte o la vivienda, pero también refleja las desigualdades sociales en su diseño y distribución.
El espacio concebido es el espacio ideado por arquitectos, urbanistas, y planificadores, a menudo influenciado por intereses políticos y económicos. Este representa la forma en que las instituciones visualizan y diseñan el entorno, priorizando la funcionalidad o la estética sobre las necesidades de las comunidades. Por ejemplo, proyectos urbanos que favorecen el tránsito vehicular sobre los espacios peatonales ilustran cómo las ideas concebidas pueden entrar en conflicto con las experiencias de los habitantes.
El espacio vivido es la dimensión más subjetiva y personal del espacio, donde se entrelazan las experiencias, emociones y significados culturales de quienes lo habitan. Este espacio emerge de la interacción cotidiana con el entorno físico y refleja las aspiraciones, conflictos y narrativas de las comunidades. Por ejemplo, una plaza pública puede ser un lugar de reunión, resistencia o celebración, dependiendo de las vivencias compartidas en ese espacio.
Lefebvre plantea que el espacio es un campo de lucha social, donde las diferentes dimensiones interactúan y, a menudo, se contraponen. Diseñar espacios públicos que consideren estas tres dimensiones es esencial para fomentar la equidad y la participación ciudadana en las ciudades contemporáneas.
Recomendaciones para diseñar espacios públicos democráticos:
Participación ciudadana: Involucrar a las comunidades en el diseño y planificación para reflejar sus necesidades y aspiraciones.
Accesibilidad universal: Garantizar que los espacios sean inclusivos para todas las personas, independientemente de su edad, género o capacidades.
Flexibilidad de uso: Diseñar espacios polivalentes que puedan adaptarse a diferentes actividades y contextos sociales.
Identidad cultural: Incorporar elementos locales y culturales para fortalecer el sentido de pertenencia.
Equilibrio entre lo funcional y lo vivencial: Combinar diseño práctico con características que fomenten la interacción social y la conexión emocional.
Al adoptar estas estrategias, las ciudades pueden avanzar hacia una visión más equitativa y sostenible, donde el espacio sea verdaderamente un bien común.