Manejar es una de las actividades más complejas que realizamos los seres humanos; sin embargo, rara vez lo consideramos de esa manera. Con frecuencia, tratamos esta actividad como algo automático, similar a respirar o parpadear, sin ser plenamente conscientes de los riesgos que implica. En México, y más aún en el noroeste del país, es común que las personas comiencen a manejar desde una edad temprana. Esta práctica genera la sensación de que, con el tiempo, nos volvemos expertos en la materia, lo que nos lleva a asumir riesgos innecesarios, considerando que nada nos va a pasar.
Un ejemplo claro de este fenómeno es el video en redes sociales que dice: "Cuando vas manejando y recuerdas que vas manejando". En estos videos, se observa cómo el conductor, inicialmente en un estado de completa tranquilidad, “en piloto automático”, cambia completamente su postura en el momento en que recuerda que está manejando. Este cambio de actitud es un reflejo de lo que se conoce como la homeostasis del riesgo, un concepto que establece que el exceso de precaución para reducir un riesgo puede, irónicamente, aumentar dicho riesgo, en otras palabras, entre más seguro y más cómodo nos sentimos, más nos exponemos al riesgo.
Las personas suelen tomar las mismas rutas para ir de un punto A a un punto B, como, por ejemplo, de su casa al trabajo. A menos que surja una eventualidad, tienden a seguir el mismo camino día tras día, convencidos de que conocen perfectamente la ruta: los baches, los topes, las señales, los cruces conflictivos, inclusive donde suelen jugar niños en la calle, etc. Este conocimiento previo les da la sensación de control, haciendo que el proceso de conducir se vuelva automático. Sin embargo, el espacio público es dinámico, y las calles tienen un comportamiento diferente en cada momento del día, cada día de la semana, lo que implica que, aunque creamos conocer el camino, las circunstancias pueden cambiar. Esta falta de alerta ante situaciones nuevas es precisamente cuando la homeostasis del riesgo entra en juego.
Manejar es, sin duda, una de las actividades más complejas, pues requiere procesar y discernir una cantidad enorme de información en un corto periodo de tiempo, todo mientras nos mantenemos conscientes del entorno por el que nos movemos. Ser un conductor seguro implica no solo cuidar de nuestra seguridad, sino también de la de los demás usuarios de la vía.
Planificar nuestras rutas es importante, ya que no solo nos ayuda a evitar el tráfico, sino que también nos permite identificar y estar conscientes de los riesgos potenciales y los demás usuarios de la vía con los que compartimos el espacio. Cuanto más conscientes estemos de estos riesgos, y de la diversidad de riesgos que se presentan en el espacio público, más reduciremos la homeostasis del riesgo, lo que contribuirá a mejorar la seguridad vial.