En las ciudades, la velocidad a la que circulamos no solo define el tiempo que tardamos en llegar a un destino: también determina qué tan seguras son nuestras calles. En México, la velocidad inadecuada sigue siendo uno de los principales factores asociados a los siniestros viales graves, especialmente en entornos donde conviven peatones, ciclistas, motociclistas y automovilistas.
Reducir la velocidad en zonas urbanas es una medida sencilla, pero con un impacto profundo en la seguridad y en la calidad de vida. Cada kilómetro por hora que disminuimos puede marcar la diferencia entre un hecho de tránsito sin consecuencias graves y una tragedia.

A nivel internacional, la evidencia es contundente: a mayor velocidad, menor es la capacidad de reacción y mayor es la distancia necesaria para frenar. Esto hace que cualquier imprudencia, distracción o error tenga consecuencias mucho más graves.
Un peatón atropellado a 30 km/h tiene alrededor de 90% de probabilidad de sobrevivir.
A 50 km/h, esa probabilidad cae a menos del 20%.
Por eso las zonas 30 se han convertido en un estándar mundial en áreas residenciales, escolares y comerciales: son espacios donde la vida y la seguridad se colocan por encima de la prisa.
Cuando hablamos de reducir la velocidad, hablamos de proteger a quienes dependen de la infraestructura, los usuarios más vulnerable: peatones, ciclistas, personas mayores, niñas, niños y personas con movilidad limitada.
En ciudades como Culiacán, donde el crecimiento urbano ha impulsado una mayor presencia de automóviles y motocicletas, disminuir la velocidad es esencial para evitar lesiones graves y así poder salvar vidas.
Velocidades más bajas también reducen las colisiones por alcance, las pérdidas de control y los atropellamientos, tres tipos de siniestros comunes en zonas urbanas.

Una ciudad donde los vehículos circulan a velocidades moderadas es una ciudad más amable. Las calles se sienten más tranquilas, el ruido disminuye y la convivencia mejora. Cada reducción en la velocidad aporta a un ambiente urbano donde caminar, andar en bicicleta o simplemente estar en la calle se siente más seguro.
Además, cuando las personas perciben seguridad, se animan a hacer más viajes a pie o en bicicleta, lo que beneficia la salud, la economía local y activa la vida urbana.
Moverse más despacio no solo salva vidas: también reduce el consumo de combustible, disminuye las emisiones contaminantes y genera menos ruido en las colonias.
Desde el punto de vista económico, la reducción de velocidad es una de las medidas más eficientes. Los siniestros viales implican un alto costo social y financiero: atención médica, daños materiales, pérdida de productividad y afectaciones emocionales para las familias. Prevenirlos siempre será más económico (y más humano) que atender sus consecuencias.
Para que los límites de velocidad funcionen, es importante que las calles estén diseñadas para que los vehículos circulen a velocidades seguras. Esto se logra con intervenciones de calmado de tráfico como:
Cruces peatonales seguros.
Estrechamientos de carril.
Glorietas pequeñas.
Ampliación de banquetas.
Señalización clara y visible.
Estos elementos obligan a reducir la velocidad de forma natural, creando calles que cuidan a todas las personas.

Avanzar hacia una ciudad más segura comienza con una acción simple: bajar la velocidad. No es una medida restrictiva, sino una herramienta para proteger la vida y mejorar la convivencia en las calles que todas y todos compartimos.
Las ciudades que apuestan por velocidades seguras construyen entornos más humanos, equitativos y habitables. Culiacán puede seguir ese camino priorizando la seguridad de quienes todos los días caminan, pedalean, conducen o esperan el transporte público.
